Uncle Stan / Tío Stan
I first met Stan Foote, former Artistic Director of Oregon Children’s Theatre, a few years ago at a theatre conference in Washington, D.C. It was an unlikely encounter for two theatre people who’ve dedicated their careers to theatre for young audiences. I was sneaking out of a side entrance of the hotel to smoke a cigarette that I had shamefully scored by finally surrendering more than $20 for a pack at the hotel gift shop. For a non- smoker, that was lot of money for a smoke. Okay, well, the one time I do sometimes still buy cigarettes is when I travel, but only sometimes. It’s stupid I know, but a cigarette can fulfill my artist’s craving for rebellion. A remnant of another time. “Where you going?” an older man interrogated me as we met face to face in the hotel doorway. It was as if he already knew of my unsavory plan.
“What’re you doing?” he said indicating my hand in my pocket.
“I... I was just... uh...” I stammered, as if I were a child caught smoking by my mother instead of a middle-aged adult caught planning to smoke by a perfect stranger.
He had made me sweat for a second, before he melted into a big smile. Somehow he knew, although I had yet to unpocket my secret pack of contraband. As if to put me at ease, he took out his own pack of smokes and quickly put one between his lips. I smiled back, a bit perturbed at what he’d just put me through, but relieved that I had not been totally busted by the children’s theatre police.
That was the beginning of a professional and personal relationship I deeply cherished. Most children’s theatre people aren’t rebellious. In general TYA folks are rule-followers. But I recognized in Stan that same contrarian rebellious nature that’s been getting me in trouble in the children’s theatre world for decades. So I saw in Stan a kindred spirit. We hung out for a couple of days during that conference. We went to dinner with some other children’s theatre artists and discussed political activism in TYA. We went to some workshops together and spent some break time chatting in the hotel lobby. We even walked to the White House and watched various demonstrations in Lafayette Park.
It was a tension-filled week that Stan and I were in Washington together. The Brits had just voted for Brexit, which left our English theatre colleagues at the conference literally gathered in a circle in the hotel lobby embracing in tearful anxiety about what would become of their country. There was also a tense gun control legislation sit-in happening in the House of Representatives led by civil rights titan John Lewis. And a major conservative Supreme Court ruling on immigration was announced, which left liberals and immigrants crying on the Supreme Court steps. A couple of times that week I actually walked to the White House at midnight just to make sure it was still standing strong. I needed to see it with my own eyes. That’s how nutty the week was. I lobbied legislators about theatre issues on Capitol Hill, and met Texas Congressman Beto O’Rourke on the Capitol steps after he’s used his cell phone to broadcast the gun sit-in when the Speaker turned off the House cameras. It was an exciting week. But still, meeting Stan Foote was the highlight of that crazy week in Washington.
A couple of years later Deb and I went to visit Stan at the great Oregon Children’s Theatre. We spent a couple of days meeting with OCT staffers trying to understand their special sauce, a big part of which was Stan. He strolled in wearing a t-shirt and teasing me for wearing a sports coat to our meeting. I was trying to impress, but he wasn’t. Still we were so impressed by what Stan and company had built over several decades. He was beloved and trusted by so many. And he’d clearly earned that from years and years of serving kids and families in Portland with such care and passion.
I was sad when I saw the news that Stan had died of cancer a few weeks ago in Mexico, where he’d retired. We’d emailed several times since he’d moved to Mexico and he said he was happy there. I wish I would’ve told him how much I admired him. But as life goes, I didn’t. I admired him because he was completely authentic. No pretense whatsoever. You knew who he was. Period. I was trying to hide my smoking the day I met Stan, because I didn’t want my colleagues to think poorly of me. But Stan wasn’t hiding from anyone. He wasn’t trying to impress anyone. He was above all that. He was just being Stan. Funny. Irreverent. Loving. Honorable. Trustworthy. Creative. Empathetic. Stan Foote. The real deal.
Conocí a Stan Foote, exdirector artístico del Oregon Children’s Theatre, hace unos años en una conferencia de teatro en Washington, D.C. Fue un encuentro poco probable para dos personas del teatro que han dedicado sus carreras al teatro para audiencias jóvenes. Estaba saliendo a escondidas por una puerta lateral del hotel para fumarme un cigarrillo que vergonzosamente había pagado más de $20 por una cajetilla en la tienda de regalos del hotel. Para un no fumador, eso era mucho dinero para fumárselo. Bueno, está bien, las únicas veces que sigo comprando cigarrillos es cuando viajo, pero solo a veces. Es estúpido, lo sé, pero un cigarrillo puede satisfacer mis ansias de rebelión como artista. Un remanente de otro tiempo.
“¿A dónde vas?” un hombre mayor me interrogó cuando nos encontramos cara a cara en la puerta del hotel. Era como si ya supiera de mi desagradable plan.
“¿Qué estás haciendo?” dijo apuntando hacia mi mano en mi bolsillo.
“Yo... yo solo estaba... eh...” tartamudeé, como si fuera un niño al que su madre descubrió fumando en lugar de un adulto de mediana edad al que un perfecto extraño descubrió planeando fumar.
Me había hecho sudar por un segundo, antes de derretirse en una gran sonrisa. De alguna manera lo sabía, aunque todavía tenía que sacar mi cajetilla secreta de contrabando. Como para tranquilizarme, sacó su propia cajetilla de cigarrillos y rápidamente se puso uno entre los labios. Le devolví la sonrisa, un poco perturbada po lo que acababa de hacerme pasar, pero aliviado de que la policía del teatro infantil no me hubiera arrestado.
Ese fue el comienzo de una relación profesional y personal que atesoraría profundamente. La mayoría de la gente del teatro infantil no es rebelde. En general, la gente de TYA sigue las reglas. Pero reconocí en Stan esa misma naturaleza rebelde que me ha metido en problemas en el mundo del teatro infantil durante décadas. Así que vi en Stan un alma gemela. Salimos un par de días durante esa conferencia. Fuimos a cenar con otros artistas de teatro infantil y discutimos el activismo político en TYA (Teatro para audiencias jóvenes). Fuimos juntos a algunos talleres y pasamos un rato charlando en el vestíbulo del hotel. Incluso caminamos hasta la Casa Blanca y vimos varias manifestaciones en el Parque Lafayette.
Fue una semana llena de tensión la que Stan y yo pasamos juntos en Washington, como tantos durante la administración Trump. Los británicos acababan de votar por el Brexit, lo que dejó a nuestros colegas del teatro inglés en la conferencia literalmente reunidos en un círculo en el vestíbulo del hotel, abrazados y llenos de lágrimas de ansiedad por lo que sería de su país. También hubo una tensa protesta sobre el uso de armas en la Cámara de Representantes dirigida por el titán de los derechos civiles John Lewis. Y se anunció un importante fallo conservador de la Corte Suprema sobre inmigración, que dejó a los liberales e inmigrantes llorando en los escalones de la Corte Suprema. Esa semana camine un par de veces a la Casa Blanca a la medianoche solo para asegurarme de que todavía estaba en pie. Necesitaba verlo con mis propios ojos. Así de loca fue la semana. Presioné a los legisladores sobre temas de teatro en el Capitolio y me reuní con el congresista de Texas Beto O'Rourke en los escalones del Capitolio después de que usó su teléfono celular para transmitir la reunion sobre armas cuando el presidente apagó las cámaras de la Cámara. Fue una semana emocionante. Pero aún así, conocer a Stan Foote fue lo más destacado de esa loca semana en Washington.
Un par de años después, mi esposa y yo fuimos a visitar a Stan al gran Teatro Infantil de Oregón. Pasamos un par de días reuniéndonos con el personal de OCT tratando de entender su salsa especial, una gran parte de la cual era Stan. Entró con una camiseta y burlándose de mí por llevar una chaqueta deportiva en nuestra reunión. Estaba tratando de impresionar, pero él no.
Aun así, nos impresionó mucho lo que Stan y compañía habían construido durante varias décadas. Era amado y respetado por muchos. Y claramente se lo había ganado por años y años de servir a niños y familias en Portland con tanto cuidado y pasión. Me entristeció la semana pasada cuando vi la noticia de que Stan murió de cáncer hace unas semanas en México, donde se había jubilado. Nos habíamos enviado correos electrónicos varias veces desde que se mudó a México y dijo que estaba feliz allí. Desearía haberle dicho cuánto lo admiraba, pero no lo hice. Lo admiraba porque era completamente auténtico. Sin pretensiones de ningún tipo. Sabías quién era. Punto. Estaba tratando de ocultar que fumaba el día que conocí a Stan, porque no quería que mis colegas pensaran mal de mí. Pero Stan no se estaba escondiendo de nadie. No estaba tratando de impresionar a nadie. Él estaba por encima de todo eso. Solo estaba siendo Stan. Gracioso. Irreverente. Cariñoso. Honorable. Confiable. Creativo. Empático. Stan Foote, un hombre de verdad.