Teaching to Learn / De Maestros a Estudiantes

Eighty adults sit in one room, quietly listening to the educators before them. They raise their hands to answer questions and excitedly jump out of their seats at calls for volunteers. Though teachers themselves, they are temporarily transported to another world, one where they are students, where they are growing, where they are the experts in the topic of discussion, and yet, still have so much to learn. They are here because they understand the importance of the arts on their young students’ lives, and are willing to go through a full day of workshops in order to transform the way they educate. 


There are dozens, if not hundreds, of articles describing the effects of a comprehensive arts education on a students: mental, physical, and emotional effects that boost their confidence, skills, and performance across other disciplines and subjects. We could cite evidence about the improved grades that students obtained after attending an arts class. We could link articles about social-emotional learning, send out studies conducted by renowned researchers in our newsletter, and provide statistics about the benefits of the arts. 


But sometimes, you have to experience something to understand the impetus of what we do. And this Friday, we experienced that.


Towards the end, beautifully scored by Enter Stage Right musician Bradley Brough, the educators stand in a circle and repeat after Debbie, “I became an educator because…”. The moment is heartwarming and empowering. It reminds us of our own ambition to change as many lives as we can, reminds us of the mission of 24th STreet established so many years ago and maintained to this day. It reminds us that we are all educators, that we all have at least one life in our hands that we can shape and mold for the better through culture and learning -- our own. 


Those eighty teachers, allowing themselves to laugh at the silly jokes coming from onstage, excitedly chatting to their friends while they wait for the program to start, eager for free snacks -- they were more like the students that file into our theatre during their field trips than the adults that accompany them. Suspension of disbelief is not always present in theatre, but by allowing themselves to be the students, these eighty educators lent themselves to that. And as a result, they were able to flourish, thrive, cultivate, grow, advance. 


As a result, the world is better because of their “I became an educator because…”. And for this USC Marshall Business intern whose academic environment is a constant flurry of self-seeking students doing whatever they can so they, and they alone, can get ahead, this altruism and compassion, this collective display of benevolence, is a touching change of pace that reminds me that no matter how opportunistic the world around me may be, kind people who care may be just down the street.


Ochenta adultos están sentados en un cuarto, escuchando silenciosamente a los educadores frente de ellos. Levantan las manos para responder las preguntas y brincan de sus asientos con entusiasmo cuando piden voluntarios. Aunque son maestros ellos mismos, están temporariamente transportados a otro mundo, uno donde ellos son los estudiantes, donde todavía están creciendo, donde son los expertos en el tema de discusión, y aún todavía tienen muchísimo que aprender. Están aquí porque comprenden el valor de las artes en las vidas de sus estudiantes jóvenes, y están dispuestos a pasar por un día entero de talleres con el fin de transformar la manera en que educan. 


Hay docenas, si no cientos, de artículos describiendo los efectos de una educación artística comprensiva en los estudiantes: efectos mentales, físicos, y emocionales que aumentan su confianza, sus habilidades, y su desempeño a través de otras disciplinas y materias. Podríamos citar evidencia sobre las calificaciones mejoradas que obtuvieron los estudiantes después de asistir una clase de arte. Podríamos enlazar artículos sobre el aprendizaje socio-emocional, mandarles estudios conducidos por investigadores de renombre en nuestro boletín, y proveer estadísticas sobre los beneficios de las artes. 


Pero a veces, tienes que experimentar algo para entender el ímpetu de lo que hacemos. Y este viernes, yo pase por eso. 


Hacia el final del programa, bellamente orquestado por nuestro músico de Enter Stage Right, Bradley Brough, los educadores se paran en círculo en el escenario y repiten después de Debbie, “Yo me convertí en educador(a) porque…”. El momento es emocional y empoderador. Nos recuerda nuestra propia ambición de cambiar tantas vidas que podamos, nos recuerda de la misión de Teatro 24 establecida hace tantos años y mantenida hasta hoy. Nos recuerda que todos somos educadores, que todos tenemos al menos una vida en nuestras manos que podemos formar y moldear para mejorar a través de la cultura y la educación -- la nuestra. 


Esos ochenta educadores, permitiéndose reírse de los chistes que vienen del escenario, charlando con entusiasmo con sus amigos mientras esperan que empiece el programa, ansiosos por los bocadillos gratuitos -- eran más como los estudiantes que entran en fila a nuestro teatro durante sus paseos escolares que los adultos que los acompañan. La suspensión de la incredulidad no siempre está presente en el teatro en vivo, pero al permitirse ser los estudiantes, esos ochenta educadores se prestaron a eso. Y como resultado, pudieron florecer, prosperar, cultivar, crecer, avanzar.


Como resultado, el mundo es mejor por su “Yo me convertí en educador(a) porque…”. Y para esta interna de la escuela de negocios USC Marshall, cuyo ambiente académico es una avalancha constante de estudiantes egoístas que harán lo que sea para que ellos, y solo ellos, puedan adelantarse, este altruismo y esta compasión, esta muestra colectiva de benevolencia, es un cambio de ritmo conmovedor que me recuerda que no importa cuán oportunista sea el mundo que me rodea, las personas amables que quieren cambiar el mundo pueden estar a pocas calles de distancia. 

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