Check, Please! / ¡La cuenta, por favor!
by Jay McAdams
One of the great things about 24th STreet Theatre is that neighbors come in to visit. That is not something that happens at most theatres and we treasure it because it connects us to our community in a very profound way. Yesterday a neighbor came in, quite preoccupied. On the same day that the head of ICE confirmed that they have indeed, after months of denying it, been rounding up record numbers of immigrants who were guilty of nothing other than being undocumented; this neighbor was actually living it. To millions of voters in the heartland who don’t know any undocumented immigrants, this is merely a theoretical matter of law and order. But for those of us working and living in immigrant communities, this immigrant round-up is a very real attack on our daily lives. It was unthinkable a year ago.
“There is a restaurant where I have breakfast,” he began. “And there is a woman I see there every day.” But a few days ago he noticed that she was upset and crying. Concerned, he asked the woman if she was okay. She proceeded to tell him that she and her husband had been stopped by police a couple of weeks earlier and while they were both undocumented immigrants, the police arrested her husband. She had gone the next day to the immigration office for help, but was swooped up by so-called attorneys there, who took all of her money ($1500) and disappeared. America. A week or two had now gone by and she had no one to turn to and no idea what to do. My neighbor took her in, found her a pro-bono lawyer who located where her husband was being held. My neighbor persuaded the guards to do something human, something good, by just letting her see her husband one last time before he was deported. The guard felt empathy and said, “Just this one time!”
“I had never experienced anything like this before”, my neighbor said shaking his head. “The sounds of the prison bars slamming, the children crying...” he trailed off lost in the human tragedy of it all. “You did a good thing,” I reassured him. He stood there dazed. I gave him a hug and said “You could have just eaten your breakfast like everybody else in that restaurant. But you cared enough to get involved. You are a good man and even though you’re upset by this, you helped a stranger. You made the world a better place.” He smiled barely, still traumatized by the unfairness of it all. The human indignity of it all.
And then I drove home, through the immigrant neighborhoods of mid-city Los Angeles. Back to the suburbs, without fear of being stopped and locked up and preyed upon by unscrupulous lawyers and deported, never to see my wife again. I asked myself why I can move freely in Los Angeles without risk, but this woman could not. Because I’m white? Because I was born a few hundred miles further to the North than she was? Really? Yes, really. I was comforted, on that drive, by the knowledge that Empathy is not entirely dead in this country. Not yet. See that guy in the corner booth sipping his coffee? He cares more than most. And we’re lucky to have him here.
por Jay McAdams
Una de las mejores cosas sobre el Teatro 24 (24th STreet Theatre) es que los vecinos suelen venir a visitarnos. Eso no es algo que sucede en la mayoría de los teatros, por eso lo agradecemos, ya que nos conecta con nuestra comunidad de una manera muy profunda. Ayer llegó un vecino bastante preocupado. El mismo día en que el jefe de ICE (Departamento de Inmigración y Control Aduanero) confirmó que, después de meses de negarlo, efectivamente han estado registrando números récord de inmigrantes que su única culpa es la de ser indocumentados, y este vecino lo estaba viviendo. Para millones de votantes en el corazón del país que no conocen a inmigrantes indocumentados, esto es meramente una cuestión teórica de ley y orden. Pero para aquellos que trabajamos y vivimos en comunidades de inmigrantes, esta redada de inmigrantes es un ataque muy real a nuestra vida cotidiana, lo cual era impensable hace un año.
"En el restaurante donde desayuno, hay una mujer que veo todos los días", -comenzó diciendo-. Pero hace unos días se dio cuenta de que estaba molesta y llorando. Preocupado, le preguntó a la mujer si estaba bien. Ella procedió a decirle que ella y su marido habían sido detenidos por la policía un par de semanas antes y como ambos eran inmigrantes indocumentados, la policía arrestó a su marido. Ella había ido al día siguiente a la oficina de inmigración para pedir ayuda, pero fue estafada por uno de los llamados abogados allí, quién se llevó todo su dinero ($ 1500) y desapareció. ¡Los Estados Unidos! Había transcurrido una semana o dos y no tenía a quién acudir y no sabía qué hacer. Mi vecino la tomó, le encontró un abogado pro-bono que localizó donde su marido estaba detenido. Mi vecino persuadió a los guardias a hacer algo humano, algo bueno; que simplemente le permitiera ver a su esposo una última vez antes de ser deportado. El guardia sintió empatía y dijo: "¡Sólo por esta vez!"
"Nunca había experimentado algo como esto antes", dijo mi vecino sacudiendo la cabeza. "Los sonidos de las barras de la prisión chocando, los niños llorando ...", y por un momento se quedó mudo, inmerso en la tragedia humana. "Hiciste una buena cosa", le dije para tranquilizarlo. Se quedó allí aturdido. Le di un abrazo y le dije: "Podrías haber comido tu desayuno como todo el mundo en ese restaurante. Pero te preocupaste lo suficiente y te involucraste. Eres un buen hombre y aunque estás molesto por esto, ayudaste a un extraño. Hiciste de este mundo un lugar mejor". Él sonrió apenas, todavía traumatizado por la injusticia. La falta de dignidad humana en todo esto.
Y luego me dirigí a casa, a través de los barrios de inmigrantes de la ciudad de Los Ángeles. De regreso a los suburbios, sin miedo a ser detenido y encerrado; ser presa de abogados sin escrúpulos, o a ser deportado y nunca más ver a mi esposa. Me pregunté porqué yo si puedo moverme libremente en Los Ángeles sin ningún riesgo, pero esta mujer no. ¿Porque soy blanco? ¿Porque nací unos cientos de kilómetros más al norte que ella? ¿En serio? Sí, en serio. Me reconfortaba, en ese impulso, el saber que empatía no está enteramente muerta en este país. Aún no. ¿Ves ese tipo en la caseta de la esquina bebiendo su café? Él es una persona a quien le preocupa todo esto, más que a la mayoría. Y tenemos suerte de tenerlo aquí.